Primer Capítulo: Revelaciones
Sol, playa, arena y chicas.
Según mis amigos era la perfecta combinación para relajarse y dejar atrás las penas.
Relajarme me era muy fácil, y además es imposible no hacerlo en las tranquilas aguas de Playas Gemelas. Lo que no significa que dejara de sentirme afligido. El motivo, no lo sé exactamente.
Comenzó cuando mi antigua novia me dejo. Sí, me dejo, después de que la descubriera engañándome. A primera vista, esto sonará a contradicción. Sin embargo, para mí las cosas son simples: en el momento en que te engaña, ya ha decido dejarte. Para otras personas, como mis amigos esto no suena tan grave “Te engañó y qué. Ya supéralo”. Me dicen a menudo. Lo intento, realmente lo intento. Pero cuando te entregas completamente a una persona, es difícil aceptar que te abandonen o peor aún comprender que en realidad nunca estuvo a tu lado.
“Los hombres, también, se enamoran”. Eso me quedó claro. Como consecuencia, ahora me mantenía a raya de cualquier emoción fuerte, y me convertí en una persona aprensiva en cuestiones relacionadas con el amor.
Tumbado en la reposera, con una refrescante bebida en mis manos, supuse que sería cuestión de tiempo el alejar tales sentimientos de mí.
— ¿Dónde estamos?―preguntó Jorge, el cineasta en potencia del grupo, devolviéndome a la realidad.
― Nos encontramos en Puerto Vallarta, precisamente en Playas Gemelas disfrutando de unas merecidas vacaciones―.Expliqué a la cámara de video de mi amigo.
― Cool―. Respondió éste, enfocando y filmando el paisaje. La fina arena blanca, las palmeras y las cristalinas aguas de suaves olas. ―Y ¿qué bebemos?―continuó, filmando ahora la bebida que sostenía en mi mano.
― Piña colada―respondió Ignacio―.Uniéndose a nosotros.
― Sabroso―asintió Jorge filmándose.
Se acomodó en su tumbona y dio un sorbo a su bebida dando por terminada la filmación de “Las Crónicas” de nuestro viaje. Al menos por el momento.
Mientras que Ignacio hizo lo mismo ocupando su lugar. Aunque no por mucho tiempo, ya que minutos después un grupo de chicas llamó su atención y disculpándose fue tras ellas.
Sonreí. Ya nos tenía acostumbrados a este tipo de escenas.
― Oye, ¿nos metemos al agua?―. Pregunté a Jorge.
―Vale―.Confirmó.
El agua se sentía bien. En una temperatura adecuada, que a mi cuerpo le resultó agradable, así que por primera vez, desde que habíamos dejado el D. F., comenzaba a relajarme de verdad.
― Unas carrerillas―.Me soltó, señalando con un movimiento de cabeza la longitud de mar que se extendía ante nosotros.
― Dale pues―. Acepté.
&
Luego de recorrer la gran variedad de galerías, boutiques y tiendas de recuerdos, en donde habíamos comprado los obsequios para nuestras familias, nos encontrábamos en uno de los restaurantes con vista a la playa. En el que servían desde mariscos a platos típicos mexicanos.
Las paredes eran de un color pastel en contraste con líneas en tonos naranjas y verdes, lo que le brindaba el toque de alegría al lugar. Las mesas eran de madera oscura con sillas a juego.
Optamos por sentarnos en una de las mesas del fondo. Pronto advertí que la mayoría de las mesas se encontraban ocupadas por turistas, en su mayoría grupos de amigos y algunas familias.
La camarera se acercó para tomar nuestros pedidos. El cual 10 minutos después se encontraba frente a nosotros.
Sin decir más, nos lanzamos sobre nuestras comidas. Después de un día de playa la consecuencia inevitable es terminar con un hambre atroz.
Sabía delicioso. Cuando calmamos el rugir de nuestras tripas, comenzamos a discutir acerca de que haríamos el resto de la tarde.
― Pues, la verdad, estoy algo cansado―.Explicó Jorge, estirándose en señal de haber terminado su comida.
― Sí, también yo―coincidí.
― Pues, vale―.Dijo Ignacio, mientras hacia una señal a la camarera para pedir la cuenta.
La pagamos y salimos del restaurante, dirigiéndonos al hotel, que quedaba a unas pocas cuadras de allí.
Al llegar saludamos al recepcionista del hotel. Quien nos respondió con un asentimiento de cabeza.
Nuestra habitación se encontraba en el primer piso, así que decidimos subir por las escaleras y cinco minutos después me encontraba colocando la llave en la cerradura y abriendo la puerta.
Me desplomé en la cama, y tomé el control del televisor, comencé a hacer zapping por los canales, hasta encontrar un canal de deportes que estaba, justo en ese instante, pasando un resumen del último partido de los rayados, mi equipo de futbol, en realidad en de los tres.
Jorge, se sentó en el escritorio improvisado, acercando su cama hasta la cómoda y encendió su laptop para realizar el trabajo de edición de los videos que grabó los últimos días.
Ignacio se hallaba en el baño.
Supongo que me quede dormido, porque sentí el golpe de una almohada sobre mi rostro, me sentí desorientado por un momento, luego al enfocar mis ojos me encontré de lleno con el rostro de Ignacio.
― Salte de encima, pendejo―. Pedí, sonando molesto. Ante lo cual éste se alejó levantando sus manos en señal de: no he hecho nada malo.
Se sentó en el sofá y encendió un cigarrillo.
Me senté en la cama, estirando mis músculos provocando un leve sonido al crujir.
Jorge se encontraba frente al espejo dando forma a su peinado, una cresta de color rojo.
Cuando estuvo conforme me cedió el turno del baño.
Cerré la puerta y me quité la ropa, metiéndome bajo la ducha. Aunque generalmente me tomó mi tiempo está vez me apresuré, ya que quería disfrutar hasta el último minuto de estas vacaciones.
Me coloqué mi camisa a cuadros negra y gris, mis jeans de color azul y mis borcegos. En media hora estuve listo y salimos del hotel a seguir recorriendo la ciudad.
Nos encontrábamos caminando por las veredas y deteniéndonos de vez en cuando frente a los escaparates de las tiendas, las cuales iban desde marcas de renombre hasta otras poco conocidas.
Mientras observábamos como un artista callejero pintaba el retrato de una pareja, me sobresalté al oír una voz grave de mujer que declamó:
―Lágrimas se derraman esta noche, amargas lágrimas que un deseo cumplirá. El escepticismo que una desagradable experiencia originó, cesará... Y nada podrá impedir que los complementos se unan.
Me estremecí al mirar a mi izquierda y ver una mujer de rulos despeinados, los que intentaba contener debajo de una pañoleta, cuya mirada pérdida me causó aún más escalofríos. La misma se encontraba detrás de una mesita circular sobre la cual se encontraban unas especies de cartas… de tarot ¿creo?
Al levantar la vista nuevamente hacia ella, sus ojos estaban fijos en mí. Fue extraño, ya que nadie parecía darse cuenta de su presencia, ya que toda la gente incluso mis amigos se concentraron alrededor del pintor, estaban absortos observándolo, siendo el único que me encontraba frente a la vaticinadora.
― Ese tipo sí que es un artista, no ¿crees?― dijo Ignacio.
Asentí. Sin quitar los ojos de aquella extraña mujer, que ahora se encontraba ordenando sus cartas tal como si nada hubiese ocurrido.
De acuerdo a mi escaso conocimiento sobre el tema llegué a la conclusión de que lo que le había sucedido a la mujer fue que tuvo una revelación y que la misma iba dirigida a mí, eso seguro. Pero qué significaban esas palabras no lo sabía.
Sacudí mi cabeza y continuamos el camino, dejando atrás tal extraño suceso.
Algo que me caracteriza es que pierdo totalmente la noción del tiempo en cuanto piso una tienda de instrumentos musicales. Así que mis amigos prefirieron seguir su camino y dejarme con mi afición.
Una hermosa Gibson negra, reposaba sobre un estante, me aproximé hasta ella y la observé detenidamente. En menos de un segundo tuve a un eficiente vendedor dándome las características técnicas. Las cuales me sabía al derecho y al revés.
― Es una bonita guitarra eléctrica, una Gibson SG Standard. Su cuerpo es de caoba, adhesivo Franklin Titebond 50, el cabezal cuenta con el logotipo de “Gibson” en color perla, con cubierta negra y blanca y las impresiones del logo y la palabra “SG”. Además el cuello que también es de Caoba, es ajustable, la junta angular de 4,25° (+ / - 15 segundos)…
Parecía estar dando una clase. Intentaba convencerme de que la comprase, pero yo había tomado la decisión en cuanto la vi: la quería.
― La llevó―.Dije, interrumpiendo su detallada explicación―. ¿Aceptan tarjeta de crédito?―. Averigüé. El vendedor se asombró por mi comentario, pero se recompuso rápidamente, tomando la actitud de vendedor del mes.
― Sí, aceptamos tarjeta de crédito señor…?
― Andrade. Benjamín Andrade.
― Muy bien señor Andrade, sígame por aquí, por favor. El estuche viene incluido con la compra de la misma―.Continuó explicando, mientras me guiaba a su escritorio para completar los datos necesarios.
Quince minutos después la Gibson de mis sueños era toda mía.
Salí de la tienda, en busca de mis amigos.
Al verla, me recordaron a los perros de Pavlov, babeaban por la guitarra que acababa de adquirir.
― Esta padrísima. ―Enunció, un Ignacio bastante entusiasmado―.
― Hasta que por fin la has comprado―me sonrío Jorge―.Entonces, está confirmado que te abocarás de lleno a la música―.Continuó.
― Es un pasatiempo que me apasiona y mucho, pero antes voy a terminar la carrera. Que también me apasiona.
― Hablando de carreras. Me he decido y me inscribiré en Arquitectura― pronunció Ignacio.
― Y yo daré las últimas materias para terminar la prepa y me inscribiré en la carrera de cineasta―.Indicó Jorge.
Sí, está era una de nuestras típicas conversaciones. Ser joven, no es solo sinónimo de fiestas, alcohol y mujeres. En lo que respecta a mis amigos y yo, no es que no la pasemos de fiesta en fiesta y mucho menos que nos mantengamos alejados del alcohol, lo que es imposible en el caso de Ignacio. Pero lo que tenemos en común es el hecho de no dejar de lado las responsabilidades, durante años comprobamos que se podía disfrutar de ambas cosas.
Sí, disfrutar. En el fondo los tres éramos buenos estudiantes. Y leíamos, leíamos mucho, además.
Mi inclinación por la lectura comenzó de niño cuando en mis manos cayó un ejemplar de la novela de Stephen King, Pet Sematary. Desde ese momento se convirtió en mi escritor favorito. El tipo es un genio.
Así que no es extraño que tuviéramos estas conversaciones mientras nos encontrábamos en una playa, con la luna en lo alto, reflejándose en las tranquilas aguas. Mientras bebíamos. Combinación perfecta, señores.
Escuchamos un tenue sonido de música, que quizá provenía de alguna fiesta privada. Pero privada significa para nosotros estas invitado, ¡ven!
Intercambiamos miradas, mientras nos levantábamos y sacudíamos la arena pegada en la parte trasera de nuestros pantalones y seguimos el sonido de la música. Y sí, definitivamente, era una fiesta privada. Pero de esas en las que nadie contrala quien entra y quién sale. Seguro que el anfitrión es alguien con mucho dinero para despilfarrar.
― ¡Qué bien!―dijimos a coro, al tiempo que entrabamos a la fiesta.
Nos hicimos con bebidas y disfrutamos de la fiesta gratuita. Estas vacaciones definitivamente quedarán como una de las mejores que hemos tenido
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